Moisés contra Moisés

martes, 18 febrero 2014 1

De pequeño mi película de ciencia ficción favorita era Los diez mandamientos de Cecil B. DeMille. Tenía un poco de todo lo que me gustaba: varas que se convierten en serpientes, lluvia de granizo ardiendo, niebla verde recorriendo la ciudad y matando a  primogénitos, mares abriéndose de lado a lado y dioses enfurecidos lanzando escupitajos de fuego contra la pared de la montaña. Todo ello, además, en glorioso Technicolor. El hecho de que fuera, además, la película más solicitada del videoclub de mi pueblo hacía que mi interés por ella fuera aún mayor. El fin de semana que llegó a mis manos la grabé a fuego en mi memoria, como Dios graba en piedra los diez mandamientos.

Todavía hoy perdura mi admiración por esta película. De cuando en cuando me gusta volver a verla; es endiabladamente entretenida. Lo es porque está contada para que hasta los niños más pequeños la entiendan. Dos hermanos, príncipes del Egipto faraónico, uno bueno hasta dar arcadas y otro malo, malo, pero malo, malo, y una mujer de por medio, enamorada del bueno y condenada a vivir con el malo. Y por si éramos pocos, ni más ni menos que Dios encarga al bueno que libere a todos los esclavos de Egipto, mano de obra de su malvado hermano. Prepara las palomitas, que esto va para largo.

Charlton Heston pasa de egipcio a judío en un tris con un estilo que ya muchos querrían. Y es que este hombre siempre tuvo un toque bíblico, un no sé qué en la cara, en el caminar o será en las rodillas, no sé. El caso es que esa impronta de personaje de las Sagradas Escrituras la dejaba en todos sus trabajos, incluídos El planeta de los simios y El mayor espectáculo del mundo.

Annex - Heston, Charlton (Ten Commandments, The)_05

El desfile de estrellas es espectacular: Charlton Heston, Yul Brynner, Anne Baxter, Edward G. Robinson, Yvonne De Carlo, John Derek, Cedric Hardwicke, Vincent Price…

Versiones de esta historia las ha habido –y las habrá– por tener muchos ingredientes de eso que se llama cine épico: amor, odio, venganza, escenarios majestuosos, miles de extras, efectos especiales por un tubo, historia, religión… Esta versión de la que hablamos es el remake de otra anterior que había dirigido el propio Cecil B. DeMille en el año 1923, muda como ella sola.

En 1998 Dreamworks decide llevar a la pantalla la versión animada y musical de la epopeya mosaica: El príncipe de Egipto. Tardé en verla porque se me había escapado de las salas y tuve que esperar al DVD. Me mostraba reacio a verla porque era como ponerle los cuernos a la otra. Pero al poco la vi y me gustó, aunque reconozco que lo que más me gustó, al principio, fue la música de Hans Zimmer.

Ahora las he vuelto a ver, de seguido las dos. Primero Los diez mandamientos y después El príncipe de Egipto. Pensé: veamos cómo han hecho la versión infantil de este clásico.

Sorpresa. ¡Qué madura, profunda y bien estructurada está El príncipe de Egipto! Frente a Los diez mandamientos, la película de animación está a un nivel superior en cuanto a trama, personajes y conflicto. Si bien la de DeMille es un derroche en todo –decorados, extras, secundarios, rodillas de Heston por aquí, rodillas de Heston por allá–, la de animación afronta de una forma mucho más profunda el drama que separa a los dos hermanos, que a la postre es el tema de la película. En la clásica es una mujer, Nefertiri, la que se interpone entre los dos. En la de dibujo animado es Dios, ni más ni menos. Los hermanos se quieren a pesar de que Dios los separa. Cuando el mar se cierra, las caras de los hermanos se funden en un plano, cada uno de ellos en la orilla opuesta, separados por las aguas, y Ramsés grita desesperado el nombre de su hermano. No hay odio en su voz, hay desesperación. Es mucho más difícil afrontar la tragedia cuando los dos se siguen queriendo, mucho más complicado, y muchísimo más interesante que enfrentarles y verles luchar, como sucede en la versión de DeMille, que se centra en ella, en Nefertiri, protagonizada por la guapísima Anne Baxter. Y su defecto, bajo mi punto de vista, es que en varias ocasiones se cae en momentos más propios de una telenovela fácil que del dramón que de esta historia se espera. Que si ella lo ama desesperadamente, que si nunca seré tuya, que si ya verás, que ahora cambio de opinión y quiero que lo mates…

Moses

También me gusta mucho como ha sido mostrado Dios en El príncipe de Egipto. Gran acierto que la voz de Dios sea la del propio Moisés (al que se la prestó Val Kilmer). ¿Quién es realmente Dios? ¿Es acaso el propio Moisés? ¿Es una aparición o un autosugestión?  Es un Dios susurrante, sugerente, enérgico, pero muy humano. Se le representa como un halo de fuego místico en torno a un pequeño arbusto. Ese halo acaricia a Moisés, lo eleva y lo hace flipar. Una lágrima recorre el rostro de Moisés una vez Dios ha desaparecido. Y no hace falta diálogo para ver cómo Moisés cuenta a su mujer lo que acaba de sucederle en el monte Sinaí.

Sin embargo, en Los diez mandamientos, la voz de Dios es la de un señor irritado, una voz grave y oscura, atronadora. En ocasiones se le presenta como un tornado de fuego, que esculpe sobre la roca su decálogo. Cuando Moisés desciende de la montaña, vemos que su pelo se ha encanecido y su rostro posee un aspecto extraño, un gesto como de alucinación mística, como cuando sacas la cabeza por la ventanilla del coche a 180 km/h, y que ya no le abandonará hasta el final de la película.

Qué Dioses tan diferentes.

Un instante verdaderamente memorable de El príncipe de Egipto es cuando fallece el hijo del faraón. Ramsés es un padre entregado que coloca delicadamente el cuerpo de su hijo sobre un altar de piedra. Llora juntando su frente a la de su vástago, mientras entre sollozos da la libertad a Moisés y a su pueblo. Moisés, al salir del palacio, no celebra la libertad, sino que triste y desolado por el alto precio que ha tenido que pagar su hermano, tira su cayado, la vara de Dios, y se derrumba llorando, lamentando lo sucedido.

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Pero incluso otros elementos de la historia, como los personajes secundarios, son tratados de forma muy distinta. Los hermanos de sangre de Moisés están planteados de forma mucho más madura en la película de animación que en la clásica. Incluso el faraón padre, Seti, es mucho más sugerente que el de carne y hueso: «Oh, my son… they were only slaves».

Otro detalle que siempre me ha atormentado de Los diez mandamientos es que cuando Moisés regresa a Egipto, convierte frente al faraón su vara en una cobra y, en respuesta, los sacerdotes del faraón transforman igualmente dos varas en sendas cobras. Lo que sucede a continuación ya lo sabéis: la cobra de Moisés se come a las cobras del faraón. Pero, alto ahí. Si Dios ha dicho hace un momento que él era el único Dios verdadero, y confía en Moisés su poder para realizar milagros, ¿cómo es posible que los sacerdotes del faraón puedan convertir varas en cobras? Muy inteligentemente en la versión animada los sacerdotes toman en sus manos las varas, un flash de luz ciega la imagen unos instantes tras los cuales reaparecen portando las serpientes. No hay transformación. Eso es justo. Eso deja al dios de Moisés donde debe estar.

En definitiva, creo que la versión animada está poco valorada y resulta admirable que los productores hayan optado por afrontar esta versión cuyo público era principalmente infantil  de una forma tan adulta, seria y profunda, frente a la versión de Heston.

¿Cuál es la versión infantil entonces?

 

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